Una mujer embarazada no es una enferma. Sin embargo, la culminación de ese estado, el parto, se ha convertido en un acto muy medicalizado. Quirófanos llenos de personal, bisturís, camillas... Una instrumentalización que en ocasiones deshumaniza uno de los momentos más humanos de la vida: el nacimiento. La lucha por reducir la mortalidad infantil y materna instauró en los hospitales españoles muchas rutinas que favorecían la práctica médica. Y se salvaron vidas. España tiene hoy una de las tasas de mortalidad infantil más bajas del mundo. Pero aunque la realidad social y médica han cambiado, algunas de esas prácticas perviven a pesar de que con el paso de los años han demostrado ser no solo ineficaces sino incluso perjudiciales. Algunos paritorios españoles todavía abusan, frente a las recomendaciones oficiales, de la
episiotomía (incisión en el periné para ampliar la apertura vaginal), los enemas y la
oxitocina para estimular las contracciones. Por no hablar de que la tasa de cesáreas supera aún en un 7% lo recomendado por los estándares internacionales.
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El primer estudio sobre la evolución de la estrategia, elaborado en 2011 y pendiente de publicación, muestra que, a pesar de la recomendación, en el 53,3% de los partos de inicio espontáneo aún se administra oxitocina durante la dilatación —algo que solo se aconseja en el 10% de los casos—. Y en el 41,9% se practica la episiotomía, aunque solo se recomienda en el 15% de los partos. Hábitos arraigados que cuesta alterar.
Isabel Espiga, coordinadora institucional del plan de Sanidad, reconoce que aún falta mucho para desterrar por completo ciertas prácticas. “Esto es un cambio de paradigma y exige tiempo”, dice. Por eso, la implantación es tan desigual entre regiones, hospitales e incluso dentro de un mismo equipo médico. El cambio no es solo de modelo asistencial, también de mentalidades que asocian el parto poco intervenido con un acto tremendamente doloroso y traumático propio de otra época. “Respetar el proceso natural es beneficioso para la mujer y para que la criatura tenga una bienvenida al mundo menos traumática. Pero para eso hay que dar a las mujeres los cuidados necesarios para que puedan desarrollar su potencial en el parto”, dice Espiga.
No se trata de sufrir por sufrir. Ni de abandonar a la mujer. Sino de guiarla para que tenga el mejor parto posible. Sin olvidar que los partos más intervenidos suelen tener más consecuencias para la salud, y procesos de recuperación más largos. “La parturienta es una persona sana. Introducirla en un proceso de medicalización excesiva le da todos los problemas asociados a los procesos médicos”, incide Francisco José Pérez, responsable del
programa de humanización de la atención perinatal de Andalucía. “El parto, en principio, es un proceso fisiológico normal para el que la especie humana está preparada; por eso no es admisible medicalizar cuando no hace falta”, afirma.
García explica que no se refiere a dejar de lado prácticas que la evidencia científica ha demostrado como positivas. Sino a evitar aquellas que se hacen y son dañinas. La episiotomía, por ejemplo, solo está recomendada para partos con problemas o en los que el bebé es muy grande. A pesar de eso, ratifica Espiga, se extendió de forma preventiva porque se pensó que evitaba desgarros, aunque en realidad los favorece. En el 4,7% de los partos que la utilizan se producen desgarros de tercer y cuarto grado —que pueden causar desde incontinencia urinaria hasta dificultad en las relaciones sexuales—, frente al 1% en partos sin episiotomía, según los datos de Sanidad. Lo mismo ocurre con el rasurado púbico, que no solo no previene infecciones (como se pensaba) sino que las favorece.
¿Está la epidural reñida con el proceso fisiológico del parto? Los expertos recomiendan que debe ponerse solo cuando la mujer lo requiera. Y eso en España es la mayoría de las veces (el 72,2%). “Además, debe informarse a la mujer de que hay otros medios para combatir el dolor: masaje perineal, que la mujer pueda caminar y tener acompañamiento, acupuntura...”, dice Espiga.
Rebeca Plías eligió esta anestesia en el primero de sus embarazos. En el segundo, hace un año, prefirió un parto sin ella. “Fue muy satisfactorio, para mí y para mi pareja, que me acompañó en todo momento”, explica. Esta mujer de 35 años se había preparado, había leído todo lo que caía en sus manos y quería un parto no instrumentalizado. Pudo conseguirlo, caminó por los pasillos del hospital, escogió la postura — “Yo parí medio sentada medio agachada”, ríe— y nada más dar a luz experimentó el contacto piel con piel con su niño. Una práctica que los expertos definen como “fundamental” para favorecer la lactancia materna y el vínculo madre-hijo, pero que solo se hace en el 50% de los casos. Plías está contenta con sus dos partos. “Ambos fueron buenas opciones”, dice.
Claudia Pariente, coordinadora de comunicación de la asociación
El Parto es Nuestro, afirma que todas las elecciones son respetables. “Hay solo dos maneras de atender un parto: bien y mal. La buena aplica las recomendaciones científicas y los protocolos acordados; la mala supone seguir usando protocolos antiguos que no se rigen por la evidencia científica y que ponen en riesgo al bebé y a la madre”, dice. Explica que su asociación no habla de parto natural, sino de parto normal frente a parto intervenido. “Hablar de parto natural puede evocar cierto naturismo; y no es en realidad así. Eso lleva a las mujeres a creer que parir normal es hacerlo sin epidural, cuando de lo que se trata es de no medicalizar innecesariamente el parto”, explica. Pariente sostiene que en España aún queda mucho por hacer, está la teoría, pero falla la práctica.
Y uno de los principales fallos, explica Longinos Aceituno, responsable de la maternidad del hospital de Huercal-Óvera (Almería), es que muchas mujeres llegan al parto desinformadas. “Algunas no conocen que hay otras formas de combatir el dolor, lo que les lleva a pedir la epidural con ligereza. Otras tienen miedo y desean que su parto sea corto, lo que implica más intervención”, dice. Su hospital pionero en implantar programas de parto fisiológico, que se han ido extendiendo hacia otros muchos lugares. La clave de todos es que se intervenga lo menos posible. “Algunos de los que defienden el parto medicalizado dicen que es porque es más seguro, pero no es cierto. Si a la mujer no le hace falta oxitocina, por ejemplo, por qué ponerla”, plantea.
El ginecólogo pone un ejemplo gráfico: la típica imagen de una mujer pariendo en la cama (o en el quirófano) boca arriba —lo que se conoce como litotomía— y con las piernas en alto. Una postura que en realidad se ha demostrado poco adecuada para el parto, porque dificulta la capacidad de la expulsión.
La mujer sigue pariendo tumbada boca arriba, a pesar de que es la peor postura
Olga López, supervisora de paritorios del
Hospital Universitario Infanta Sofía de Madrid, cuenta que en sus paritorios las mujeres pueden elegir la postura que más les conviene. Pueden hacerlo incluso si se les aplica anestesia epidural (cuando tienen más problemas para expulsar) porque la práctica ha demostrado que hay algunas posiciones que pueden adoptar. Además, están empezando a introducir otros elementos, como la aromaterapia o la música. “Intentamos crear un clima donde la pareja esté a gusto. Con habitaciones agradables en las que se puede poner música, graduar la luz. Allí las mujeres van dilatando, paren y luego hacen el puerperio inmediato. Todo en el mismo espacio”, explica. Algo vital, según los expertos. Porque uno de los peores lugares para parir es, precisamente, un quirófano con luz, incómodo y rodeado de gente. Un ambiente que, unido a los nervios, favorece la segregación de adrenalina, que combate la oxitocina y dificulta el proceso.
Para López, una de las claves para que el proceso sea más humano es que, como el suyo, sean las matronas quienes dirijan los paritorios en vez de ginecólogos. “Es una forma de hacer el momento más íntimo y favorecedor”, dice. Aunque a dos pasos hay un equipo médico de apoyo.
La escritora
Laura Gutman, que ha tratado en distintas ocasiones el tema del parto fisiológico, destaca esa importancia de la intimidad en el proceso. Para ella, los partos deben producirse en un lugar “femenino y acogedor” y estar asistidos por alguien que conozca y quiera a la mujer, y que la ayude a afrontar el trabajo del parto. “Si preguntáramos cómo habría que tener la primera experiencia sexual, ¿qué responderíamos? ¿En un hospital monitoreado por médicos? ¿o en la intimidad del cariño, la paciencia, la entrega, el dolor y el amor?”, plantea.
Clara Campos quizá se hubiera planteado acudir a un hospital —de hecho existen casos de turismo de alumbramiento, madres que se trasladan a hospitales con programas de parto respetado para dar a luz allí—, pero las opciones que halló no le convencieron. Así, escogió dar a luz en casa. “Y fue estupendo. Caro pero maravilloso”, afirma. Y casos como el de Campos, que huyen de la oferta pública, se dan. Algunos por decisión convencida. Otros por falta de opciones.
Aceituno y López explican que lo más importante es dar a luz en un entorno especializado que permita reaccionar pronto. “Hay que tener cuidado; por eso lo más adecuado es ir a un hospital que tenga un programa de parto respetado. Se puede parir como en casa, pero con la seguridad de un centro médico con personal específico”, dice López.
El parto en casa es una opción minoritaria en España, pero en otros países, como Holanda, se ha normalizado y es una prestación pública más. Eso sí, con personal y medios especializados. Al mismo ritmo
están proliferando en Francia y Reino Unido casas de nacimiento, centros cálidos dotados de personal y medios ideados solo para partos. Opciones que tratan de dar respuesta a una necesidad: la de decidir sobre el embarazo y el parto. Normal o instrumentalizado. Y que sea la mujer la que decida cómo lo quiere vivir.